"Enrique Lorca era, sin duda, un hombre inteligente, dotado de una
gran sensibilidad, introvertido, sincero, con una cultura fragmentaria y
obsesionado por una escrupulosa exigencia de autenticidad. Su historia
me demostraba que había sufrido muchas y dolorosas decepciones en la
vida y que, por ello, desconfiaba de los hombres, les temía y, en lo
posible, huía de ellos, o, cuando no, interponía entre él y los demás
una línea divisoria inviolable. ¿Egoísta y cobarde como él se
calificaba? Yo diría más bien un escéptico, reacio a las abstracciones
y, por consiguiente, incapaz de entregarse a nada ni a nadie sin una
previa prueba experimental. Encerrado en sí mismo, pero, al mismo
tiempo, deseoso de encontrar una razón convincente para salir de su
aislamiento. Voluntad analítica la suya en contradicción con su
tendencia a la emotividad y al ensueño. Era lo contrario a un fanático
y, en suma, un idealista sin ideal. […] Propendía al realismo y prefería
la verdad, por muy dolorosa y desagradable que fuese, a la mentira más
reconfortante. “La verdad ante todo, aunque hiera”, le oí decir
repetidas veces.
[…] Enrique Lorca quería realizarse, pero sin ceder nada de lo suyo ni aceptar nada de los demás. Sin toma y daca."
Angel Mª de Lera